Inicio Jerez GANA JEREZANA SEGUNDO LUGAR EN CONCURSO ESTATAL PROMOVIDO POR EL DIF JEREZ

GANA JEREZANA SEGUNDO LUGAR EN CONCURSO ESTATAL PROMOVIDO POR EL DIF JEREZ

La señora María del Carmen Morales Escobedo, obtuvo el segundo lugar y un premio de 8 mil pesos por su participación en el concurso estatal para adultos mayores “Te lo Cuento con Valores” que el DIF Jerez promovió y motivó entre el sector.

Del Carmen Morales recibió la condecoración en la ciudad capital por parte de la Secretaría de la Función Pública del Estado de Zacatecas, acompañada por la representante del INAPAM Jerez y jefa de Servicios del DIF Municipal, Luz Olivia Sánchez Bonilla, siendo el segundo año consecutivo que Jerez se lleva uno de los primeros lugares en esta convocatoria.

Por sus excelentes trabajos, también recibieron mención honorífica los abuelitos jerezanos Miguel Carrillo Galván, Alicia Ortiz Berumen y Rosa María Iturriaga Jara.

Con su cuento titulado “Las fichas fantasma de Abarrotes Maricela” la ganadora de este segundo escaño, cuenta una historia que servirá de reflexión para chicos y grandes. A continuación lo anexamos:

¨Las fichas fantasma de abarrotes Maricela¨

Corría el año de 1985 en la bonita colonia Guadalupe del municipio de Jerez, en el estado de Zacatecas. El sol brillaba con fuerza sobre las casas coloridas, bañándolas en una calidez dorada mientras los sonidos de los camiones de la antigua central se hacían presentes.

La tienda de abarrotes conocida como “Abarrotes Maricela”, un lugar lleno de encanto y nostalgia. Cada rincón de la tienda estaba repleto de productos variados que se ordenaban de los estantes. A un lado, había bolsas de Sabritas con sus colores brillantes atrayendo las miradas de los niños. Al otro lado, las botellas de vidrio llenas de refrescos relucían bajo la luz del sol que se filtraba por la cortina de acero de la entrada.

El aroma de las especias que se vendían se mezclaba con el olor de las tortas de cuerito curtido, creando una sinfonía de olores que se desplegaba en el aire y acariciaba los sentidos de quienes entraban. Junto al mostrador, en la esquina de la tienda, había unas máquinas de videojuegos que emitían destellos de luz y sonidos. Detrás del mostrador, con su mandil floreado estaba Doña Carmela, la dueña de la tienda.

Uno de los visitantes más frecuentes de “Abarrotes Maricela” era un niño de cabellos rizados y mejillas sonrosadas llamado Miguelito. Era un estudiante de la primaria Francisco Goitia, y después de la escuela, solía correr hacia la tienda de abarrotes, donde se deleitaba con las maquinitas de videojuegos.

Miguelito era un niño como cualquier otro, con una afición por los tamarindos, el chocolate en polvo pero sobre todo los videojuegos. Le encantaban las maquinitas de videojuegos y pasaba horas jugando donde cada victoria en la pantalla del juego parecía una hazaña heroica.

Doña Carmela a menudo observaba a Miguelito jugando con una sonrisa en su rostro. Le gustaba cómo sus ojos se iluminaban con cada juego ganado, y cómo se enojaba cuando perdía. La máquina de videojuegos funcionaba con fichas de 50 centavos que los niños cambiaban con Doña Carmela.

Algunos días, cuando los juegos se volvían vicio, Miguelito pedía un refresco en bolsita para refrescarse. Doña Carmela, siempre amable, le entregaba su bebida con una sonrisa, a veces incluso le daba una torta de cuerito curtido de regalo.

La vida en la colonia Guadalupe era sencilla, pero estaba llena de alegría y calidez. Aunque la mayoría de los residentes no eran ricos, había una riqueza en su espíritu comunitario y en su aprecio por las cosas pequeñas de la vida.

La tienda se había convertido en un faro de alegría y felicidad para los niños de la colonia, un lugar donde podían escapar de sus preocupaciones diarias y sumergirse en un mundo de diversión y juego.

Los días de juegos y refrescos en bolsita continuaban en “Abarrotes Maricela”. Miguelito, con su brillante moneda de 50 centavos en la mano, estaba listo para otro juego en su maquinita preferida. Este juego en particular se había convertido en su obsesión. Era un reto constante, una prueba de habilidades que lo mantenía enviciado durante horas.

Pero entonces, algo cambió. Un día, después de perder un juego en un nivel muy difícil, Miguelito miró la máquina de videojuegos con ojos de coraje. Luego giró su mirada hacia Doña Carmela quien estaba ocupada ordenando algunas caja de leche en el refrigerador. Miró su moneda de 50 centavos y luego la máquina de videojuegos pero una idea comenzó a formarse en su mente.

Se acercó al mostrador con la mirada baja, sus mejillas sonrosadas y sus rizos desordenados. Con voz titubeante, le dijo a Doña Carmela que la máquina de videojuegos se había tragado su ficha sin dejarlo jugar. Doña Carmela preocupada, sin dudarlo, le entregó otra ficha.

Así comenzó el engaño de Miguelito. Al principio le causaba un poco de culpa. Cada vez que decía esa mentira sentía un nudo en su estómago. Pero después de un par de veces, la culpa desapareció. A su mente infantil, le parecía que no estaba causando ningún daño. Simplemente el estaba obteniendo más tiempo para jugar.

El tiempo pasó y las visitas de Miguelito a “Abarrotes Maricela” se hicieron más frecuentes. Cada vez llegaba con la misma historia: la máquina se había tragado su ficha sin darle ningún juego. Y cada vez que pasaba Doña Carmela le daba otra ficha con una sonrisa. El engaño de Miguelito continuó, y pronto se convirtió en su pequeño secreto.

Sin embargo, lo que Miguelito no sabía era que sus amigos los otros niños de la colonia que también iban a “Abarrotes Maricela” habían empezado a notar su comportamiento. Se dieron cuenta de cómo Miguelito siempre conseguía fichas extra de Doña Carmela. Empezaron a cuestionar cómo era posible que a Miguelito siempre se le tragaran las fichas, mientras que a ellos no.

Entre los niños de la colonia el rumor de las “fichas fantasma” de Miguelito se convirtió en un secreto a voces. Los rumores se extendieron muy pronto, todos sabían del engaño de Miguelito. Algunos pensaron en contárselo a Doña Carmela pero temían meter a Miguelito en problemas. Otros pensaron en enfrentar a Miguelito directamente.

Finalmente, decidieron que lo mejor sería hablar con sus padres sobre lo que estaba sucediendo. Así, cada uno a su manera empezó a mencionar las travesuras de Miguelito en casa. A través de indirectas y comentarios fueron dejando caer la verdad a sus padres, con la esperanza de que ellos pudieran resolver la situación.

Mientras tanto en “Abarrotes Maricela” Miguelito continuaba con su juego, desconocía lo que se estaba cocinando a su alrededor. No se daba cuenta de las miradas inquietas de sus amigos cada vez que conseguía una ficha extra de Doña Carmela. No notaba la tensión que crecía a su alrededor.

Miguelito se despertó una mañana con el sonido de los pájaros cantando fuera de su ventana y los rayos del sol derramándose en su habitación. Se estiró y bostezó, emocionado por otro día de escuela y por supuesto por más tiempo en “Abarrotes Maricela”.

Después de desayunar y alistarse para la escuela, salió de casa con una sonrisa en su rostro. Caminó hacia la escuela, saludando a los vecinos y deteniéndose un momento para admirar las flores en el jardín de Doña Lety, una de las vecinas de la colonia Guadalupe.

La escuela fue como cualquier otro día. Las clases pasaron en un abrir y cerrar de ojos y pronto la campana del final del día sonó, liberando a los niños en el patio de recreo. Miguelito recogió su mochila y se apresuró a salir, esperando con impaciencia llegar a “Abarrotes Maricela” y a su amada máquina de videojuegos.

Pero su emoción se desvaneció cuando llegó a casa y encontró a sus padres esperándolo. Tenían expresiones serias en sus rostros y Miguelito supo de inmediato que algo no estaba bien. Los saludos y las sonrisas se dejaron de lado, mientras sus padres le pedían que se sentara. Un nudo se formó en su estómago, una sensación de temor se instaló en su corazón.

Sus padres le dijeron que habían escuchado rumores de sus compañeros de escuela. Le contaron sobre las “fichas fantasma” y cómo Miguelito había estado engañando a Doña Carmela. Con miradas de decepción, le preguntaron si era cierto.

Miguelito sintió su mundo derrumbarse. Su pequeño secreto ya no era un secreto. Miró a sus padres, su mirada bajó y quedo en silencio. Su confesión solo sirvió para profundizar la decepción en los rostros de sus padres.

Lo que siguió fue una conversación larga y seria. Sus padres le hablaron sobre la importancia de la honestidad, la legalidad y la honradez. Le explicaron cómo sus acciones habían violado estos principios, y cómo había abusado de la bondad y confianza de Doña Carmela.

Le dijeron que lo que había hecho no solo era incorrecto, sino también injusto. Había aprovechado la buena fe de Doña Carmela y había engañado a sus amigos. Había dañado su relación con la señora que siempre había sido amable con él y había dejado a sus amigos sintiéndose traicionados.

Miguelito escuchó en silencio, las palabras de sus padres resonando en su cabeza. Las lágrimas brotaron en sus ojos mientras la gravedad de sus acciones empezaba a asentarse. El pequeño se sintió avergonzado, el peso de sus errores pesaba sobre sus hombros.
La mañana después de la revelación fue una llena de reflexión para Miguelito. Se despertó con una sensación de pesadez en el corazón, un recordatorio de la conversación que había tenido con sus padres el día anterior. Se levantó y se preparó para la escuela, pero con un aire de seriedad que no era común en él.

En la escuela, sus amigos notaron su cambio de comportamiento. En lugar de su habitual alegría y entusiasmo, Miguelito era tranquilo y reservado. A pesar de las preguntas de sus amigos, se limitó a sonreír tristemente y negar que algo estuviera mal.

Cuando finalmente terminó el día escolar, Miguelito tomó un camino diferente a casa. En lugar de ir directamente a “Abarrotes Maricela”, decidió dar un largo rodeo. Necesitaba tiempo para pensar y prepararse para lo que debía hacer a continuación.

Finalmente, llegó a “Abarrotes Maricela”. Doña Carmela estaba detrás del mostrador, sonriendo y saludando a los clientes como siempre. Pero cuando vio a Miguelito, su sonrisa se desvaneció. Había oído hablar del engaño de Miguelito a través de los rumores y estaba decepcionada.

Miguelito se acercó al mostrador, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Miró a Doña Carmela, sus ojos llenos de remordimiento. Luego, con voz temblorosa, comenzó a hablar.

Le pidió disculpas a Doña Carmela. Le contó todo, desde la primera vez que mintió sobre las fichas hasta la confrontación con sus padres. Le explicó cómo se había dejado llevar por el deseo de jugar más y cómo había ignorado el daño que estaba causando.

Doña Carmela escuchó en silencio, sus ojos estudiando a Miguelito. Cuando terminó de hablar, hubo un largo silencio. Miguelito bajó la mirada, temiendo la reacción de Doña Carmela.

Pero en lugar de enojo, Doña Carmela respondió con comprensión. Le dijo a Miguelito que lo que había hecho estaba mal, pero también reconoció que él era solo un niño y que los niños cometen errores. Le habló sobre la importancia de aprender de nuestros errores y de hacer lo correcto.

Le explicó cómo cada acción que tomamos tiene consecuencias y cómo es nuestra responsabilidad enfrentar esas consecuencias. Habló sobre la importancia de la honestidad, no solo con los demás, sino también con uno mismo.

Miguelito escuchó, bajando la cabeza. Sentía como si un peso se levantara de sus hombros. La comprensión y la bondad de Doña Carmela lo hizo reflexionar. Prometió nunca más mentir y trabajar para ser una persona más honesta y justa.

Doña Carmela y Miguelito sellaron su promesa de cambio compartiendo una coca en bolsita y una torta de cuerito curtido, así Miguelito está listo para enfrentar un nuevo comienzo.

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